Esta palabra, que irrumpe también hoy en nuestra vida
por medio del profeta Baruc 5, 1-9, de Pablo (efesios 1, 3-6, 11-12) y de Juan el Bautista (de la mano del
evangelista Lucas 3, 1-6), nos invita a la escucha y al profetismo, a ser lectores
realistas y esperanzados de la historia, a intervenir en ella con la fuerza de
esta misma palabra mediante la conversión personal y comunitaria (todos tenemos
cosas en las que debemos cambiar), y mediante el mutuo perdón. No es profeta el
que se proclama a sí mismo tal, sino el que se deja interpelar por la Palabra de
Dios, la transmite sin compromisos, incluso cuando incomoda, deja que esa
palabra le aclare la mirada para ver en nuestra atormentada historia los signos
de la presencia de Dios, y sabe comunicar esperanza porque su voz se ha
convertido en un eco de la Palabra que sigue viniendo. Sólo así, personalmente y
en comunidad de discípulos (en Iglesia), seremos profetas de la reconciliación y
el perdón que Dios derrama sobre nosotros. De este modo estaremos preparando la
venida de Dios en la humanidad humilde de Jesucristo, en la que la divinidad se
ha hecho cercana y accesible, de modo que “todos vean la salvación de
Dios”.
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