Orar para qué. Llegar a ser quien Dios ha soñado que seas
Dios sueña. Nuestro buen Dios, cuyo rostro hemos conocido en
la persona de Jesús de Nazareth, es Dios-que-sueña. Esto lo sabemos porque
podemos contemplar, en Jesús, al soñador apasionado por el Reino de Dios, y
Jesús mismo nos dice: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre"
(Jn 14, 8-9). Así que nuestro Padre Dios sueña con pasión.
Y tú eres parte del
sueño de Dios. Dios te ha soñado y has sido llamado a la vida para llegar a ser
quien Él sueña que seas.
♦ Por
eso, orar es entrar en su presencia, para estar con Él y en Él.
♦
Oramos tomando conciencia de que habitamos en su amor soñador que nos hace
vibrar y nos contagia para que soñemos también como sueña Jesús.
♦
Oramos, porque hemos puesto nuestra confianza en el anhelo de Jesús.
Oramos porque Jesús confía en nosotros y nos invita a ser
parte de su anhelo de amor y justicia, de nueva humanidad en todas partes.
♦ Oramos porque Jesús nos llama y nos invita a
estar con Él.
♦ Oramos para estar con Jesús y sintonizar con
su corazón soñador.
♦
Oramos para indignarnos con lo que a Jesús indigna cuando exclama "Ay de
vosotros..." contra quienes practican, en nombre de Dios, la hipocresía y
el abuso (Mt 23, 14-36).
♦
Oramos para actuar con valentía y como actúa Jesús cuando se enfrenta en el
templo a quienes buscan sólo su propio beneficio a costa de lucrarse con la fe
de los demás (Jn 2, 13-22).
♦
Oramos para amar; con ese amor apasionado que siente Jesús hacia Dios. Ese amor
que le hace soñar que sea Dios quien reine en la vida, aun por encima de sus
gustos y deseos personales. Ese amor por el que puede exclamar primero
"Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo
quiero, sino como quieras tú." (Mt 26,39) y después, en medio de la más
honda angustia y dolor, poder seguir gritando ¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?, esto
es: «¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?» (Mt 27, 46). Sólo por
pasión es que Jesús pudo morir gritando: «Padre, en tus manos pongo mi
espíritu» (Lc 23,46). El amor apasionado de Jesús le hace anhelar que Dios
reine, lo mismo cuando hay serenidad y certezas que cuando hay dolor y
confusión. Que Dios reine y sus deseos se cumplan en la historia, en todos y
cada uno de los momentos más significativos de la vida humana... Desde el
nacimiento hasta lo más misterioso de la muerte.
♦ Oramos para amar, con el amor apasionado de
Jesús, a las personas, a la creación toda. En los gestos de Jesús descubrimos
los gestos del Dios apasionado por la vida, por la libertad, por la justicia,
por la fraternidad y por el amor hasta el límite. Jesús ama y pasa la vida
haciendo el bien. Devuelve la vida a Lázaro (Jn 11, 1-44), al hijo de la viuda
de Naím (Lc 7, 12ss); se desvive sirviendo y curando (Mc 6, 31ss), incluye en
su vida a los marginados y rechazados (Lc 7, 36-40; 10,29-37; 15, 2) y consuela
y anima sin cesar diciendo "no tengáis miedo" (Mt 10, 26).
Por eso también en Jesús tenemos el modelo para seguir en la
vida: El modo de ser y relacionarse consigo mismo en libertad, de relacionarse
con Dios en la plena confianza, de relacionarse con los demás en el amor
fraterno y en la amistad generosa y el modo de relacionarse con la creación en
la responsabilidad y la solidaridad.
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